La gente de aquí no tiene sueños, porque los sueños se les enredan en los matojos y se evaporan con el aire reseco. Por eso vine, para recordar mis raíces, si es que un viejo puede acordarse de tanto, y para olvidarme de anhelos y fantasías.
La Paca deja el plato sobre mi mesa con desprecio de tabernera vieja. Le he pedido pescado y me ha traído carne. Aquí poco importan esos detalles ¿Qué esperaba? Si los ríos hace tiempo que se alejaron de este lugar. Se secaron, desorientados e incapaces de recordar su camino hasta el mar. Esta vez le tengo que decir algo a la Paca, que poco a poco se me está subiendo a la chepa. Me llama el señorito de la ciudad. Eusebio, el hijo de la Merceditas, que se ha acordado de su pueblo ya para la vejez ¿Qué sabrá de las pillerías que yo ya hacía cuando ella ni había nacido?
A la Paca le digo que no me ha puesto lo que he pedido. No tenemos otra cosa, contesta, y se da media vuelta. La Paca me recuerda a mi madre, que decía que después de pasar por cuatro partos y criarse a cuatro bestias, a ella nadie le daba órdenes. Mi madre, que de terca que era, se murió sola mientras sus bestias trabajaban en la ciudad. Para enterrarla sí que vinimos, y bajo su cuerpo arrugado y deforme, parecía esconder secretos que no nos dijo. Aquí se quedó, de donde nunca había salido, bajo la tierra estéril.
Aquí la gente no sonríe, sino que te mira con cansancio o enfado. La Paca me mira con cansancio cuando le digo que se lleve mi plato. Mi mujer también me miraba así, hasta que me dijo que con mi amargura no podía vivir. Por eso me vine al pueblo, para vivir ya sin fantasías y anhelos, que te alimentan las esperanzas y luego te dejan con hambre. Cuando le digo que no se lo pago, me mira con enfado. Se cruza de brazos y resopla, como buen toro de lidia que es. Me dice que se lo tengo que pagar. Yo le digo que ni hablar. Algunos parroquianos dejan sus puros, alcoholes y cartas para ver la contienda. Entonces del almacén sale Severino, su marido ¿Qué pasa aquí? Dice. Deja al Eusebio, Paca. De tu cuenta sale, le dice la Paca y se va. Severino me pone un licor. Parece mirarme con pena, que rápido se vuelve cansancio; se gira y se va por donde ha venido también.
Aquí la rutina no se disfraza con nada. Por eso el tiempo es tan denso. Solo lo diluye el alcohol. Yo le dejo el dinero en la barra, más de lo que es. Luego me bebo el licor. Me vuelvo a casa cuesta arriba, con una falsa sensación de calor, casi alegría, y con las piernas temblorosas. Para eso me vine aquí, para olvidarme.
Magnífico, Yaiza, como siempre. Corto, denso. Se vive el ambiente y dejas mensaje a través de tus palabras precisas. Muy bueno.
ResponderEliminar¿te regalé un libro: "Calima"?
Muchas gracias Luis. Eso es, me regalaste uno de tus libros: Calima.
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