Cuando encontraron a Amanda en aquel estado, algunos se preguntaron si podría despertarla un beso de amor, pero su prometido había huido para evitarse mayores contratiempos.
¿Aún está viva? Lloró la madre ¿Qué ha pasado? Gritó el padre. Está en coma, sentenció el médico ¿Dónde está mi hijo? Gritó la suegra. No pude hacer nada por ella, dijo el curandero. Yo sé lo que ha pasado, dijo la amiga. Se ha muerto de aburrimiento. Ese Emilio es un soso.
Los episodios de sueño empezaron la noche de la pedida de matrimonio. Emilio invitó a Amanda a un restaurante de precio moderado; estrategia que usaba cuando su novia daba señales de desinterés. Amanda, creo que deberíamos casarnos, le dijo, y a Amanda se le pasó toda su vida por delante: su primer amor, apasionado y tormentoso, que casi la lleva a perder la cabeza; el siguiente, un romance tierno que la distancia separó. Luego vino Emilio, que alivió ese instinto que la empujaba a la seguridad; un instinto que se había acentuado con la edad. De acuerdo, contestó. Puedo aprovechar las rebajas para comprar el traje, dijo él. Aquella misma noche comenzaron los episodios de sueño.
Emilio culpó al vino de tener que sacar casi a rastras a su prometida del restaurante. Luego la escuchó encadenar un bostezo con otro durante el viaje de vuelta a casa, hasta que la tiró como un saco en la cama al llegar ¿Te encuentras bien, cariño? Solo obtuvo ronquidos como respuesta. Debió ser la emoción, se dijo, pero aquello fue poco a poco a peor.
Desde entonces, cuando hablaban, la voz de Emilio, honda y nasal, le llegaba a Amanda como lejana. Su mirada monótona la hipnotizaba hasta el amodorramiento. Se le caían los párpados, a veces también la cabeza, golpeando la mesa con fuerza.
Los médicos no vieron nada en analíticas y demás exploraciones. Los curanderos recomendaron hierbas y ejercicios que no dieron resultado. Amanda tomaba más café que nunca, pero sus siestas eran cada vez más largas, hasta el punto de que apenas pasaban tiempo juntos en el que se mantuviese despierta.
Una noche Emilio, en un empeño por ignorar aquel inconveniente, y arrebatado de una pasión insólita en él, trató de intimar con su prometida. Cayó fulminada y así la encontraron, como presa de un hechizo.