viernes, 22 de octubre de 2021

La voz de las flores

Mi madre libró toda su vida una lucha de no resistencia, y ahora que ya era mayor pasaba las tardes en la galería de aquel viejo apartamento, hablándole a las flores y escuchando lo que contestaban. A veces tomaba apuntes. Las obsesiones se acrecientan rápidamente con la soledad.

No siempre fuimos sólo ella y yo, dos mujeres envejeciendo, atónitas ante el rápido paso del tiempo. De niña descubrí el talento de mi madre. Vivíamos todos en una casa en el campo. Así me acostumbré al silencio y a la vida simple. Una tarde, la vi delante de unas margaritas sentada sin moverse durante horas. Acércate a ver si escuchas lo que dicen las flores, me dijo. Me acerqué y escuché el murmullo de unas voces sin forma. Las margaritas temblaban sobre sus tallos aproximándose a mi madre. Ella asentía sonriente. Desde entonces pasábamos así los días, mientras mis hermanos iban y venían; primero en bici, luego en moto, más tarde en coche.

-¿Y qué te dicen las flores, mamá?

-No se puede explicar, cariño. Es otro lenguaje. Cuando las escucho, siempre sé lo que va a pasar como si ya hubiera sucedido. -Mi madre me miraba con ojos infantiles de satisfacción y me decía algo así como: recoge la ropa del tendedero que se avecinan lluvias, y yo obedecía ¡Chicas, entrad en casa! Gritaba mi padre desde el sofá cuando se hacía de noche. Tu madre siempre sabe lo que va a pasar, ¿verdad, hija? La hubieran quemado en la hoguera de ser otros tiempos, me decía dándome una palmada en la cara.

Mi padre murió y tuvimos que vender la casa. Con los apuros económicos, le propuse a mi madre poner una floristería. Ella plantaba y cuidaba las flores, y yo las vendía. El problema vino con las largas despedidas cada vez que se hacía una compra. Los clientes esperaban impacientes mientras mi madre charlaba con las flores entre sollozos mal disimulados. Éstas se marchitaban en el último momento para disgusto de los compradores. Era un negocio sin futuro. Finalmente, cerramos la tienda por el bien de mi madre, nos mudamos al viejo apartamento de mis abuelos y alquilamos las habitaciones.

Todo se desmoronó para ella cuando nació su primer nieto, pero no le dejaron verlo. La muerte le llegó poco después y fue tan pacífica como su vida, tal y como cabría esperar. La encontré en la galería, engarrotada en la silla como las raíces de un árbol viejo, rodeada por sus flores. Algunas dobladas de tristeza sobre sus tallos, mostraban gotas que parecían lágrimas. Las más cercanas se enredaban en su cabello y manos, y las más lejanas estiraban sus pétalos para así alcanzarla.

14 comentarios:

  1. Un gran relato, un gran comienzo de una musa que, en este caso, no has estado nada indecisa. A por esas palabras.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Acabo de descubrir el botón de los comentarios XDD. Muchas gracias, ya sabes que mucho se lo debo a tus consejos y aclaraciones :)

      Eliminar
  2. Mágico y tierno ese hilo que nos une con el lenguaje y los secretos de la naturaleza.

    ResponderEliminar
  3. ¡Qué relato, Yaiza! Me ha dejado maravillada. ¡Enhorabuena, preciosa!

    ResponderEliminar
  4. I translated and read. Still it felt well crafted. Effortlessly deep. Bravo! 👏

    ResponderEliminar
  5. Como siempre, escribes muy bonito y atrapas al lector con la candidez de tu lenguaje. Ojo con los laismos (¿eres de Madrid??)
    No 'la' dejaron verlo

    ResponderEliminar